Después de la pandemia, un mundo naturalmente diferente
No hay dudas de que afrontamos tiempos de incertidumbre, ansiedad y angustia. Pero hay al menos algo de lo que podemos estar seguros, aún en estos tiempos difíciles: no podemos volver al mismo mundo que teníamos antes del COVID-19.
* Por Manuel Marcelo Jaramillo
En estos momentos es prioritario frenar el contagio y atender a las necesidades que se nos presentan en este contexto, y no debemos dejar de pensar en todas aquellas personas que afrontan esta situación sin las adecuadas condiciones habitacionales, o sin acceso a los recursos básicos para su alimentación. Esto ocurre en el mismo planeta donde el 30% de los alimentos se pierden durante el proceso productivo o se arrojan a la basura por no estar en condiciones de ser consumidos o por no responder a los estándares del mercado.
En las últimas semanas también hemos visto indicadores de calidad del aire en las principales ciudades que, por primera vez en décadas, se encuentran dentro de los parámetros aconsejados por la Organización Mundial de la Salud. La menor actividad industrial y sobre todo el menor flujo de transporte (público y privado) ha traído una fuerte disminución de la emisión de gases de efecto invernadero y contaminantes. Un ejemplo de esto se puede observar en la República Popular China, donde en el lapso de tres semanas se habría evidenciado una disminución de 150 de millones de toneladas métricas de dióxido de carbono: esto equivale aproximadamente al 40% de las emisiones de nuestro país durante todo un año.
Diferentes fotos, videos y relatos dan cuenta de la presencia de fauna silvestre en ambientes urbanos. Independientemente de algunas noticias falsas o de la reutilización de imágenes viejas, resulta evidente que la disminución de nuestra presencia en las ciudades, invita a aquellas especies que nos acompañan muy de cerca todos los días (pero muchas veces pasando desapercibidas), a ocupar nuevos espacios o a “recolonizar” lo que alguna vez fue parte de su hábitat.
Estas son algunas muestras de la capacidad de respuesta de la naturaleza a una reducción de nuestra huella ecológica y es un excelente indicador de la capacidad de recuperación natural. Con estos indicadores el planeta nos recuerda algo que nunca debimos olvidar: nosotros necesitamos mucho más al planeta, de lo que él necesita de nosotros.
Entre las múltiples tragedias que posiblemente genere esta pandemia hay una que, como sociedad global, podemos y debemos evitar: “volver al mundo” como si nada hubiera pasado y cometer los mismos errores. Eso sería irresponsable e incluso evidenciaría una falta de inteligencia de nuestra parte.
La pandemia por el COVID-19 ha prácticamente paralizado y modificado nuestra forma de vida. Pero interpretar los indicadores que mencionábamos anteriormente como una mejora para el ambiente es, cuanto menos, engañoso. Lo que esto nos permite entender es que definitivamente necesitamos una nueva forma de relacionarnos con la naturaleza que nos rodea. Si bien todavía quedan muchas preguntas sobre los orígenes exactos del COVID-19, la OMS ya ha confirmado que se trata de una enfermedad zoonótica, es decir que se transmitió de los animales a los humanos. ¿Necesitamos más pruebas de que nuestra salud y la de la naturaleza están estrechamente conectadas? Y si ya sabemos que esto es así, ¿no es hora de que la cuidemos como corresponde? Lastimar a la naturaleza, es lastimarnos a nosotros mismos y eso es lo que hemos estado haciendo.
La alteración de los sistemas naturales por destrucción del hábitat, la pérdida de biodiversidad, el tráfico de especies, la intensificación agrícola y ganadera, sumado a los efectos amplificadores del cambio climático, multiplican el riesgo de aparición de enfermedades de origen animal transmisibles al ser humano. La destrucción de los bosques, la minería, la construcción de carreteras y el aumento de población, no solo provoca la desaparición de especies, sino también que las personas tengan un contacto más directo con especies de animales salvajes y, de esta forma, también con sus enfermedades. Cuando los ecosistemas se modifican o destruyen y se alteran los equilibrios ecológicos, se facilita la propagación de patógenos, aumentando el riesgo de contacto y transmisión al ser humano.
Hay que recordar que el 70% de las enfermedades humanas tienen origen zoonótico, pero la realidad es que virus y bacterias han convivido con nosotros desde siempre y se distribuyen entre las distintas especies sin afectar al ser humano en hábitats bien conservados. Una naturaleza sana, con biodiversidad conservada es el mejor amortiguador de pandemias.
Cuando todo esto pase, o al menos empiecen a reactivarse las actividades, muchos países (incluido el nuestro) van a necesitar un fuerte estímulo a la producción. Y resulta lógico que así sea. Pero en este punto es clave que, para evitar seguir cometiendo los mismos errores, nos preguntemos cómo hacerlo y revisemos los actuales esquemas productivos. La reactivación económica no puede ser a cualquier costo, existen otras formas de producir y es momento de redefinirlas.
Es importante que, en ese sentido, busquemos alternativas sustentables que nos permitan compatibilizar la producción con la conservación de nuestros ambientes naturales. Existen posibilidades de satisfacer las necesidades económicas y las expectativas razonables de crecimiento y, a la vez, garantizar que nuestros recursos naturales estén disponibles para nosotros y para las generaciones futuras.
Asegurar la producción de alimentos sanos y saludables en las proximidades a las ciudades, promover la agricultura urbana y apoyar con incentivos fiscales y económicos a la producción agroecológica permitiría, por ejemplo, menores costos de transporte y menor desperdicio de alimentos; a la vez que aumentaría la demanda de mano de obra en los sectores de mayor necesidad. Asociado a esto, la promoción de la economía circular facilitaría la optimización del uso de los recursos naturales, antes que se transformen en basura. Así podríamos reducir nuestra huella ecológica y generar oportunidades genuinas de desarrollo local, con especial foco en las comunidades más vulnerables.
La reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y la reducción de contaminantes forman parte de acuerdos internacionales firmados por nuestro país y ratificados por el Poder Legislativo.
Es necesario dejar de incentivar la explotación de combustibles fósiles para que nuestra matriz energética migre rápidamente a una electricidad proveniente de la gran cantidad de fuentes renovables que posee la Argentina. Una adecuada promoción fiscal y financiera en este sector podría generar nuevas oportunidades laborales para personas en diferentes partes del país, promoviendo una transición energética justa y reduciendo nuestra huella de carbono. Fomentar la eficiencia energética colaboraría fuertemente en reducir esta huella y tanto la implementación de técnicas como la manufacturación de nuevos equipos serían también oportunidades para que se incorporen más trabajadores al mercado laboral.
La deforestación para agricultura ganadería y otros usos de la tierra representa el segundo sector que genera más emisiones de efecto invernadero en nuestro inventario nacional. Además, las consecuencias de la deforestación se traducen en la pérdida de servicios ecosistémicos, el empobrecimiento de comunidades locales y ponen peligro la resiliencia de los sistemas agrícolas, siendo más vulnerables a los efectos del cambio climático. Es por eso, que un adecuado manejo de estas actividades y una correcta protección de estos ecosistemas, podría disminuir dichas emisiones –alcanzando los compromisos asumidos-, dar sustento a la vida de las comunidades locales, fomentar la seguridad alimentaria y promover un desarrollo económico sostenible.
Fue necesaria una pandemia y la amenaza que ello implica, para que quede evidenciada la necesidad de cambiar la forma en la cual nos relacionamos con nuestro planeta. Hay muchas estrategias que permiten combinar lo económico, lo social y lo ambiental y no podemos seguir esperando para ponerlas en marcha. Necesitamos promover un Nuevo Acuerdo entre la Naturaleza y las Personas de forma urgente. Desde la Fundación Vida Silvestre Argentina trabajaremos en ese sentido renovando nuestro compromiso asumido hace ya más de 43 años. Invitamos a todos a asumir el compromiso con nosotros.
* Por Manuel Marcelo Jaramillo, Director General de Fundación Vida Silvestre Argentina.