“Historia del Helado Artesanal”, un recorrido por la historia y la cultura Argentina

El encanto del helado 100 años atrás, San Martín uno de los fanáticos del helado, los primeros helados porteños, las recetas criollas, la historial del dulce de leche, los embajadores del gelato italiano y el oficio de los compatriotas, los sabores y su historia, la herencia familiar, la creación de AFADHYA, los helados en el bicentenario y la Semana del Auténtico Helado Artesanal son algunos de los temas que se recorren en la obra.

El libro “Historia del Helado Artesanal”, que fue realizado con el aporte y testimonios de socios de AFADHYA, así como de los protagonistas, referentes y académicos dedicados a investigar la cultura de la alimentación. Es el resultado de una importante investigación académica, así como de los relatos, imágenes de época, infografías, testimonios y material de archivo único.

En la Argentina se observa un consumo sostenido de helado. La predilección por el helado artesanal atraviesa todas las generaciones y clases sociales. Es, en muchos casos, el postre favorito de los argentinos. Entre otras razones porque es fresco, saludable y rico y se ofrece en distintos sabores para satisfacer las demandas más diversas. Pero no siempre fue así, el recorrido por las 151 páginas que propone el libro permite conocer que en sus inicios fue un alimento de elite sólo reservado para las clases sociales más altas. En tiempos de masificación e industrialización el consumo de helado artesanal está entre los placeres que ofrecen, en cientos de locales de todo el país, aquellos hombres y mujeres que desarrollaron un oficio, un saber y una tradición que hoy distingue al país, el helado artesanal argentino. En la historia del helado artesanal está representada la historia de todos los argentinos y los acontecimientos clave que definieron el desarrollo de la gastronomía nacional.

A lo largo de la obra el lector se podrá adentrar en el origen y la evolución del helado en el mundo. El comienzo de la costumbre de consumir helado en el país, el desembarco del hielo en Buenos Aires, las recetas criollas, los aportes italianos al paladar argentino, el oficio, el helado como herencia familiar, la vida moderna y los nuevos protagonistas, los gustos y envases, los nuevos desafíos de la actividad, la creación de AFADHYA, el valor de lo artesanal y la calidad, son los ejes que trazan esta historia.

 

RESUMEN DE CONTENIDOS DESTACADOS DEL LIBRO

· Introducción

La comida siempre está situada en un tiempo y en una cultura específica. No hay cultura que no tenga gastronomía. La comida tiene muchos usos sociales: abordar la historia de un tipo de alimento nos permite encontrar rasgos distintivos de nuestra cultura.

AFADHYA representa a las heladerías artesanales del país, desde 1972. Cuando un grupo de heladeros se juntaron en pos de un interés común: la creación de la primera asociación de heladeros artesanales del país. La unión hizo la fuerza, y fueron más de 150 heladeros quienes iniciaron este camino que hoy se sigue recorriendo.

La historia del helado artesanal representa la historia de nuestro país y acompañó el desarrollo de la gastronomía nacional.

El comienzo de una dulce costumbre argentina

Con respecto al helado, un caso contrario al de Buenos Aires se dio en las localidades del interior del país cercanas a los Andes y las altas cumbres. En verano disfrutaban de sorbetes y bebidas frescas, tal como lo hacían las damas de Lima y Quito, que eran devotas de las raspadillas y las cremoladas hechas con hielo triturado y saborizado.

Hacia 1800 ya existía en la ciudad de San Miguel de Tucumán un numeroso grupo de jinetes conocidos como “los heleros”, quienes traían hielo desde la Sierra del Aconquija y en los calurosos días de verano, esta mercancía se cotizaba a buen precio.

En la ciudad de Mendoza, el helado era parte de los paseos dominicales, tal como da testimonio en su libro Las Pampas y Los Andes en ingles Francis Bond Head. “Las pocas tardes que estuve en Mendoza siempre iba como extranjero completo a la Alameda para tomar nieves que, después del calor diurno, eran deliciosas y refrescantes, llevaba a la boca cucharada tras cucharada, mirando el contorno oscuro de la cordillera. También se dice que el General Don José de San Martín, paseaba por esa misma alameda tomando helados mientras fue Gobernador Intendente de Cuyo, entre 1816 y 1817, año del Cruce de la Cordillera de los Andes.

En los tiempos que siguieron a la Revolución de Mayo de 1810, lo más fresco que se podía encontrar en Buenos Aires era el agua del Río de la Plata. La vendían numerosos aguateros que recorrían la ciudad en carros tirados por bueyes. También se bebía el agua de lluvia recolectada en aljibes, pero éstos eran tan costosos que muy pocas familias podían darse el lujo de construir uno en sus patios. En las pulperías de los suburbios, en los días de verano se vendían como “refrescos” desde sangrías de vino carlón, azúcar y agua hasta vinagradas, horchatas (leche de almendras) y naranjadas con un agregado de aguardiente o caña, ya que se suponía que el alcohol le daba un toque fresco a la bebida.

Se puede comprender, entonces, la revolución en los sentidos que despertaría la llegada del hielo a Buenos Aires, lo que permitió la posibilidad de hacer helados, hecho que ocurrió hacia la mitad del siglo y con nieve traída directamente de los Alpes italianos.

Desde entonces han pasado más de 150 años. El helado primero fue un refrescante postre ocasional servido con mucho esplendor en las confiterías cuando había hielo disponible, degustado sólo por unos pocos, pero a medida que avanzó el siglo XX, se fue transformando en una clásica y popular costumbre ligada fuertemente a la vida social de todos los argentinos y, en particular, a sus recuerdos de infancia.

En el 2010, el Bicentenario de la Revolución de Mayo encontró al helado artesanal en ese lugar especial que siempre tuvo en la vida social de los argentinos.

Primeros Helados Porteños

Con la provisión regular de hielo, los helados pronto comenzaron a ser ofrecidos en las confiterías y salones de Buenos Aires. Así, dos años después de que se sancionara la Constitución Nacional de 1853, el expendio y la demanda de helado serán frecuentes y sostenidos en los cafés más conocidos de la ciudad: de la Victoria, del Plata, de la Armonía, del Águila, de las Armas y de las Flores serán los salones emblemáticos de la vida social porteña. A su vez, se vendía helado en dos de los locales de despacho de café y bebidas más antiguos que recuerda Buenos Aires: el Café de Marco, propiedad de un español de Navarra, Pedro José Marco, y el Café de los Catalanes, fundado en 1799 por un italiano de Liguria, Miguel Delfino. Ambos bares fueron parte de los sucesos históricos que se iniciaron con las invasiones inglesas a Buenos Aires, en 1806-1807, y la Primera Junta de Gobierno de 1810. Se puede asegurar que en ellos, por primera vez, los porteños discutieron sobre política: a los Catalanes iban los revolucionarios y morenistas partidarios de la independencia, y al Café de Marco, quienes querían la continuidad colonial, partidarios del rey y saavedristas. Para el año 1826 había en Buenos Aires once cafeterías. También en el Paseo de Julio, a la entrada del muelle, y en el Teatro Argentino se ofrecían algunas noches “helados de superior calidad”. La competencia, en aquel entonces se haría sentir, y en 1856 el nuevo dueño del Café de los Catalanes, Francisco Migoni, se jactaba de preparar los mejores helados de crema de Buenos Aires.

Pero de todos esos bares que pasada la mitad del siglo ofrecían helados, fue el Café del Plata el que incorporó por primera vez los helados al menú, según refiere el autor Manuel Bilbao, ya que su dueño tenía en su cocina a un maestro italiano. “Fue por esa época, más o menos (1855), cuando don Miguel Ferreyra, el popular dueño del café del Plata, vendió los primeros helados en Buenos Aires.

Cuesta creer que también el Teatro Colón formó parte de la historia del helado argentino. Tras su inauguración en 1857 primero funcionó frente a la Plaza de Mayo hasta 1888 en un terreno cuyo primer propietario fue Juan de Garay–, bajo sus plateas se almacenaría el hielo que venía del puerto con el nombre de “escarcha”. Tal como afirma Bilbao, y otros historiadores –como Ducrot–, “el teatro contaba con una heladera con capacidad para mil toneladas de hielo, el que originalmente se utilizó para abastecer a cafés y restaurants”.

Recetas Criollas

Además de las confiterías, muchas casas de familia disponían de hielo para conservar los alimentos y también para preparar helados caseros. Las barras de hielo se almacenaban en heladeras de roble, armarios o roperos construidos con varios estantes para guardarlas y cuando había suerte de que cayera granizo, lo primero que se preparaban eran helados.

En las localidades del interior del país con acceso a picos nevados era costumbre que se hicieran sorbetes con jugo de frutas y azúcar, especialmente en el norte argentino, que a este tipo de helado de agua hecho con granizo o hielo molido se lo llama todavía “achilata”. Muy popular, ya en esa época se vendía por las calles como alegría para el gusto y alivio para el calor del verano.

No se sabe mucho más acerca de cómo eran los helados caseros de esos años anteriores al fin de siglo, antes del primer desembarco de los inmigrantes italianos, ciudadanos de la Patria del Helado, quienes serían los verdaderos maestros en la materia.

Sí existen certezas del afán por elaborarlos. En el primer libro de cocina que se registra en tierra argentina, Cocina ecléctica de Juana Manuela Gorriti (1819-1896), la escritora y cocinera argentina destaca varias recetas de helados, entre las cuales estaba el helado de crema. Para su preparación, indicaba una taza de leche de coco y una de leche de almendras. “Felicito a aquellos, cuyo delicado paladar saboreará este helado, con delicia”, cierra su receta Gorriti.

Al helado de crema se le suman otras preparaciones, como helado de fresas a la crema, helado de canela, de sangría, de ponche y hasta un helado de café, receta cedida por una amiga de la cocinera, proveniente de la ciudad de Lima.

También se puede encontrar en el libro de Gorriti otra receta excepcional para hacer helados, pero esta vez cedida para su publicación por una amiga parisina. Allí se revela el modo de conseguir un delicioso helado de espuma utilizando un caballo a modo de batidora eléctrica.

Embajadores del Gelato Italiano

“Con el comienzo del siglo XX se abriría el ciclo más importante cualitativamente de arribos de italianos a la Argentina”, indica el historiador e investigador Fernando Devoto en su libro sobre la inmigración italiana en la Argentina. En total, entre los años 1881 y 1914, llegaron al puerto de Buenos Aires 4.200.000 extranjeros. De ese número, dos millones eran italianos y 1.400.000 españoles, con un porcentaje de retorno calculado en un 36% entre 1881 y 1910.

Con muchos de esos italianos, especialmente los provenientes del sur de la península, se inició la tradición del helado artesanal en la Argentina. Algunos traían el oficio heredado de sus ancestros y otros lo aprendieron aquí de sus compatriotas, ya que por el solo hecho de ser italianos, muchos inmigrantes se forjaron un destino de heladeros y mantuvieron así un genuino vínculo con su patria de origen.

Historia del Dulce de leche 

Su origen varía según qué interlocutor cuente la historia. Algunos afirman que no es un invento argentino y que pasó de Chile, bajo el nombre de “manjar blanco”, a Cuyo y luego a Tucumán, “donde comenzó a utilizárselo como relleno para alfajores”, sostiene Ducrot.

Otros ligan su aparición al “descuido culinario” de una criada de Juan Manuel de Rosas, quien en 1826, en Cañuelas, dejó al fuego durante más de lo debido una olla con leche y azúcar para hacer la “lechada” con la que le cebaba mate de leche a su patrón.

Lo cierto es que el dulce de leche es de por sí parte de nuestro patrimonio cultural.

¿Qué postres no llevan dulce de leche?

Alfajores, galletitas, panqueques, helados, tortas, masitas y tostadas son acompañados diariamente de manera casi exclusiva con este dulce manjar de color marrón.

Y en lo que respecta al helado, según una encuesta llevada a cabo por la Asociación Fabricantes Artesanales de Helados y Afines (AFADHYA) a través de su sitio web, el gusto de helado del Bicentenario es el de dulce de leche con una adhesión del 76,2% de los encuestados que opinaron.

El encanto del helado cien años atrás 

En la Argentina, la homogeneización del helado se verá reflejada cuando los inmigrantes italianos comiencen a ejercer el oficio de hacer helado artesanal, abran las primeras heladerías de Buenos Aires y el helado pase a ser saboreado por un grupo más numeroso de la población.

Hasta entonces, sólo se podía consumir en las elegantes confiterías porteñas del siglo XX, donde majestuosos mármoles y arañas doradas italianas y vitrales franceses imitaban los cafés y restaurantes parisinos, que proponían a sus clientes fantasías heladas y magníficos postres fríos. Así lo refleja la pluma de Marcel Proust –escritor francés amante del helado de vainilla– en su famoso libro En busca del tiempo perdido, cuyo primer tomo se publicó en 1908 y en el que hay varias descripciones de obeliscos y columnas hechos con helado de frambuesa, limón o chocolate, que se saboreaban en los lujosos salones del Hotel Ritz como máxima cumbre de exquisitez y refinamiento.

De la primera década del siglo son las dos heladerías más antiguas de Buenos Aires: El Vesubio, fundada por Alfonso Cositore en 1902, y Saverio, creada por Francesco Saverio Manzo en 1909. Ambas heladerías, que contaban con amplios salones bien decorados y un elegante servicio de mesa, representaron una gran novedad en Buenos Aires. El helado encantaba a los porteños que colmaban las confortables instalaciones de los dos locales a los que solían concurrir políticos, deportistas y artistas del tango y del espectáculo.

Siete años después de la inauguración de El Vesubio, la heladería Saverio comenzó a transitar su prestigioso camino, al principio en la casa particular de su dueño, ubicada en San Juan al 2700. Cuenta la historia que Francesco Saverio Manzo trajo de su Salerno natal la habilidad para hacer helados. Al principio sólo les convidaba a sus vecinos y amigos, quienes insistieron en que abriera su propia heladería. Así lo hizo Francesco en el patio de su casa sobre la avenida San Juan, en el barrio porteño de San Cristóbal. En 1966, decidió mudar la heladería a un espacioso local con jardín a tan sólo una cuadra de donde estaba.

Por este local pasaron los personajes más emblemáticos de la vida porteña, como Carlos Gardel, a quien le fascinaba el helado de limón de Saverio. En sus memorias, Enrique Cadícamo cuenta que “una noche Carlos nos manda a buscar con su chofer El Aviador, quien nos lleva en ‘la’ flamante convertible Chrysler a la famosa heladería Saverio de la calle San Juan, donde el divo acostumbraba ir frecuentemente a tomar helados. […] durante el tiempo que estuvimos conversando en una mesa de la vereda, Gardel no dejó en ningún momento de tomar un helado de limón tras otro”.

Saverio fue la primera heladería que se mantuvo abierta durante todo el año, y luego se sumó El Vesubio, que en invierno ofrecía café, pastelería y un legendario chocolate con churros, inmortalizado en el tango La última grela, compuesto por uno de sus habitués, Astor Piazzolla. A diferencia de otras urbes con climas mucho más fríos que el porteño, esta tradición de mantener abierto el local durante todo el año no sería masiva en la ciudad hasta fines del siglo XX.

El prestigio adquirido por las dos heladerías nunca dejó de crecer a medida que pasaron las décadas, y aunque actualmente ninguna de ellas mantenga sus dueños originales, a más de cien años de su creación siguen en pie con un próspero horizonte de progreso,. Como referencia, El Vesubio fue declarada “Sitio de Interés Cultural por su aporte a la identidad porteña desde 1902” por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2006.

Cabe destacar de los primeros años del siglo XX una heladería del interior del país que, según refiere la escritora Martha Montalvetti,4 existió en la provincia de Jujuy desde los primeros años de 1900, llamada La Heladería Argentina. Su propietaria era doña Benita del Barco, quien cada verano vendía sorbetes de leche y canela siguiendo la tradición antigua que dependía del hielo para su elaboración. Envuelto en aserrín y sal gruesa, el hielo era traído por burros en forma de panes desde la Quebrada de Humahuaca o del Chañi. Cuenta Montalvetti que la llegada de la caravana era muy festejada, particularmente cuando atravesaba las calles para detenerse en el frente de la casa de doña Benita, quien colocaba una bandera de tela roja en la puerta del comercio para anunciar que los helados ya estaban listos.

Un oficio de compatriotas

Muchos de los primeros heladeros que tuvo Buenos Aires entre fin de siglo y antes de 1940 eran en su gran mayoría provenientes de la región de Campania, como Nápoles o Salerno, y en particular de distintos pueblos de la costa amalfitana, como Maiori, Minori, Perla, Tramonti, o Nocera. El recuerdo de Nápoles se liga estrechamente a las heladerías ya que, en los tiempos en los que no existía reglamentación alguna con respecto a las marcas, el nombre de esa ciudad se replicaba en cada barrio. Así, desde fin de siglo hasta la década del 40, existieron numerosas heladerías que en su nombre hacían referencia a la ciudad italiana, como Il Vulcano di Napoli, de Vicente Scannapieco, Uso Napoli, de Carmelo Montefuso, Uso Napoli, de Vicente Cimini, Uso Napoli, de Mastropasquale, y la lista continúa.

Se destaca que de todos estos locales fundados por italianos del sur, la Heladería Scannapieco, Ravello, Peppino di Napoli, de José Ragozzino, y La Flor de Almagro, de la familia de Salvador Di Lietto, continuaron abiertas desde los años 30 hasta la actualidad con la misma familia al frente del negocio.

Helado como herencia familiar

El helado artesanal es parte de la tradición de muchas heladerías italianas de nuestro país. Con orgullo, esfuerzo y dedicación, son muchos los heladeros que decidieron continuar en el mismo camino que sus familiares de tres o cuatro generaciones atrás.

La tradición se fue pasando de padreas a hijos. Recuerdos que se vinculan directamente con la vida barrial, las vueltas manzana en bicicleta y la infinidad de juegos callejeros que solían divertir a los niños. Asó, cada barrio tiene, en la actualidad o en su memoria, una heladería representativa de toda una época de la vida de los vecinos y no son pocas las que, al mantenerse intactas en un lugar físico desde hace décadas, han terminado por convertirse en un punto de referencia del lugar.

Hasta que no se hizo masiva la apertura de los negocios en invierno, muchos heladeros debían encontrar otros trabajos para poder vivir. Los más prósperos aprovechaban el cierre para viajar a Italia o tomarse vacaciones, ya que los momentos de distracción de la gente están asociados con el verano y para los heladeros era la época de trabajo más intenso.

Gustos e historia

En la mitad del siglo XX, los dulces, de acuerdo con las ediciones de El libro de doña Petrona, apelaban a la elaboración de recetas de helados, algunos excéntricos para la época, como el de queso o el de yerba mate.

Sin embargo, las heladerías porteñas no ofrecían este sabor, ni ningún otro que se alejara demasiado de la oferta tradicional, que no se extendía más allá de veinte gustos, encabezada de modo infalible por el helado de chocolate o el de dulce de leche, clásico de todos los tiempos. Cabe señalar que en localidades del interior del país existen desde hace décadas helados que los porteños desconocen, elaborados “con productos que se dan solamente en la región, como quesillo con cayote, vino artesanal de altura, chirimoya, mango, tuna, entre otros”, comenta José Bruno Tomasini, heladero de San Salvador de Jujuy, que continuó con la Heladería Pingüino que instaló su madre, Angelina Vanda Busnelli, en 1952.

La felicidad hecha helado

No hay dudas de que el helado representa de un modo casi mágico un estado de bienestar ideal: la alegría. Los helados forman parte de la infancia de cualquier persona y están implícitos en las anécdotas o recuerdos de esos primeros años de la vida.

Expertos ligados al mundo gourmet de la cocina asocian la niñez con los helados, como es el caso de Miriam Becker. “Si hay algo que remite a la infancia, a los veranos en las callecitas llenas de chicos, al premio después de la cena, al último día de clase sin delantal para no mancharnos, a las monedas de la alcancía para una segunda vuelta son los helados –expresa con entusiasmo Becker–. Cómo olvidar al heladero de barrio, el buen amigo de los vecinos que con pericia y amor llenaba los cucuruchos siempre con algo de yapa para que el frío placer durara lo más posible entre las manos de los más chiquitos”.

“Frutilla, crema y chocolate, eran un trío infaltable matizado con crema rusa y otras variedades de los primeros tiempos con limitadas ofertas en las pizarras –señala Becker–. Era el boom de las mezclas italianas y su maquinaria moderna para hacer los mejores helados artesanales con tecnología de punta y gusto natural. En la actualidad, los helados son un verdadero alimento que conjuga sabores clásicos y atrevidos, ingredientes de todas las estaciones y propuestas para diferentes consumidores –con calorías, reducidas en éstas, para celíacos, sin azúcar, con crema, con agua– y saborearlos es parte de un merecido deleite ganado al estress de la vida diaria”, reflexiona Becker.

Quien conoce la historia de las heladerías artesanales sabe que las dificultades siempre estuvieron a la orden de día: nada fue fácil para los heladeros. Sin embargo, la tradición continuará como en tantos otros oficios que desafían las trasformaciones de todos los tiempos.

Creación de AFADHYA

En 1972 la unión hizo la fuerza y un grupo de heladeros juntó sus energías en pos de un interés común: la creación de la primera asociación de heladeros artesanales del país. Así, en Terrada 1548 de la Ciudad de Buenos Aires, un 31 de agosto de 1972 nacía AFADHYA, en el local de Ghelco, Rubí y Starosta, tradicionales proveedores del mundo heladero, quienes tras organizar un evento promocional, consiguieron reunir a másde 150 heladeros.

En ese marco surge AFADHYA. Cuando un grupo de heladeros artesanales se propuso encontrar, en forma conjunta, una solución a la multitud de inquietudes y problemáticas comunes. Cabe destacar que la idea ya venía rondando en la mente de muchos de los heladeros que constituirían la primera Comisión Directiva.

A favor de lo artesanal 

Además de los tantos logros conseguidos, el estímulo que dio AFADHYA a los heladeros artesanales fue enorme. En los años que siguieron, la meta clave de defender la artesanía y proteger los intereses de los heladeros se manifestó como una auténtica necesidad del sector.

Entre todos los logros que obtuvo AFADHYA poco después de su primera década de vida debe destacarse su intervención en momentos en que se discutía el proyecto del nuevo Código Alimentario Argentino, sancionado finalmente en 1983, clave para el sector del helado artesanal.

LA SEMANA DEL AUTÉNTICO HELADO ARTESANAL Y LA NOCHE DE LAS HELADERÍAS

Comunicar y defender las virtudes artesanales del helado fue la primera de las metas que unieron a los heladeros en el marco de una asociación, en particular cuando la competencia desleal se asentó y se incrementó, especialmente a partir de la década del 80.

Así, mientras arribaban al país los primeros “restaurantes de catálogo”, que se afianzarían en 1990, los miembros de la comisión directiva de AFADHYA pensaban distintas maneras de hacer llegar las virtudes del helado artesanal a los consumidores.

En el año 1985 surgió una propuesta innovadora: realizar la Semana del Helado Artesanal. Gracias al apoyo de 110 heladerías y casi 50 proveedores, quienes con su aporte permitieron llevar a cabo la campaña, fue posible su realización. El éxito y la aceptación por parte del público han hecho que después de 35 años se siga efectuando la campaña, que forma parte del calendario de eventos característicos de la Ciudad de Buenos Aires y de muchas localidades del interior del país, junto a La Noche de las Heladerías, hace tres años.

Hoy, en el marco de esta Semana, y ya en su cuarta edición en noviembre se celebrará La Noche de las Heladerías, un evento en el que se ofrecen descuentos en heladerías artesanales de todo el país, junto a actividades culturales en las heladerías y circuitos barriales del helado.

En síntesis, la línea argumental sobre la que se trabajó durante 35 años hasta la actualidad, se desarrolló en tres etapas: durante los primeros años se hizo hincapié en el Helado Artesanal, frente al industrial. Luego se agregó el concepto de “ recién hecho en la heladería “ y posteriormente se profundizó el concepto de “ alimento natural “.

Con estas acciones, AFADHYA acerca el helado artesanal al gran público en una interacción con la comunidad sumamente gratificante, que logra afianzar la percepción del helado como alimento. Como resultado de estos esfuerzos promocionales, durante 2009 la asociación logró elevar el piso de consumo histórico de helado artesanal de 4 a 5,6 kilogramos per cápita anuales.

AFADHYA en el Bicentenario

Durante los días que se festejó el Bicentenario en la Avenida 9 de Julio de la Ciudad de Buenos Aires, cientos de miles de personas desbordaban la ciudad mientras millones seguían los shows artísticos por televisión. En ese marco, AFADHYA fue la única institución que realizó una acción promocional.

La acción se desarrolló a lo largo de todo el Paseo, en diversos horarios, todos los días. Un equipo integrado por cuarenta personas ofreció incansablemente degustaciones gratuitas de helado artesanal en cuatro carritos heladeros antiguos.

Para AFADHYA, haber formado parte de esa multitud feliz y pacífica, reunida con el objeto de conmemorar los 200 años de la historia argentina, será recordado por siempre con una inmensa alegría y un gran orgullo.

 

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