Santa María es un tesoro de aromas y paisajes que asombra en la Ruta 40 Catamarqueña

Ubicado en el extremo noroeste de Catamarca, el departamento Santa María está a unos 332 kilómetros de la capital provincial. Lo atraviesa longitudinalmente la Ruta 40, que comunica esta microrregión con Salta y Tucumán, como parte de los Valles Calchaquíes. Como semillas que se han dejado caer en la tierra para que germinen, desde hace dos décadas, un puñado de pueblos con singular encanto vienen reinventando su presente para recibir a los visitantes con una oferta sólida, muy llamativa y que conmueve a los sentidos.

Con acceso desde el sur a la Puna, paso necesario hacia Chile y Perú, a menos de 80 kilómetros de Cafayate y Tafí del Valle y a 148 de Belén; los Valles Calchaquíes catamarqueños  conforman un lugar ideal para hacer base en un recorrido turístico desbordante de riqueza natural, cultural y gastronómica. Entre casitas coloniales al borde de la traza, pobladores de paso cansino y trato gentil comparten su diario devenir y sus costumbres con los visitantes.

La majestuosa geografía que abraza a las localidades del corredor de la Ruta 40, en Santa María, es la base de una propuesta turística que se viene desarrollando y consolidando, sumando plazas de alojamiento, visitas guiadas, senderos recreativos, nuevas actividades al aire libre y una variada oferta gastronómica.

Conmueve al recién llegado el entramado paisajístico que conforman los valles enlazados por imponentes y coloridas cadenas montañosas. El impactante brillo del sol y el clima seco todo el año; y las noches frescas, con diáfanos cielos estrellados, invitan a expandir las vistas astronómicas para dibujar con los dedos, constelaciones imaginarias.

En los pueblos del Departamento Santa María se respira paz, tranquilidad y seguridad. Al mismo tiempo, variadas propuestas de turismo rural y comunitario y visitas a sitios arqueológicos, se ofrecen como abanico de opciones para seguir disfrutando la estadía. Cabañas, posadas, hosterías, hoteles y campings con todos los servicios, brindan posibilidades para no dejar afuera a ningún tipo de visitante.

Antiguo y moderno

Santa María es la cabecera del departamento de su mismo nombre. Se trata de una ciudad híbrida, entre antigua y moderna; tranquila y con dos plazas arboladas muy pintorescas, alrededor de las cuales se puede acceder a una variada oferta gastronómica. Bares, restaurantes y parrillas, en sus cartas prevén desde comidas rápidas hasta menús regionales que incluyen locro y dulce de cayote. En los recorridos diarios, los visitantes suelen pasear por el centro de artesanos y el museo arqueológico Eric Boman, que rescata y expone piezas indígenas y del período hispánico.

En Santa María se pueden conocer por dentro cooperativas de molinos pimenteros, ver de cerca la molienda y contemplar la producción. Los turistas suelen llevarse de vuelta, provisiones de esta especia, como también de comino, anís, orégano y ajo deshidratado. También es atractivo un emprendimiento de producción de leche de cabra y cosméticos derivados de ella. Y el ordeñe de burras, cuya leche, se dice, es muy sanadora para los problemas bronquiales y bien recibida por la digestión humana.

Cruzando el Río Santa María, ahí nomás está el pequeño poblado conocido como Chañar Punco, que cuenta con el sitio arqueológico Rincón Chico, un centro de metalistería donde se recibía a autoridades militares, civiles y espirituales de la nación diaguita. Se destaca allí una cooperativa de tejedoras mujeres, Tinku Kamayu, que transforma la fibra de llama y la lana de oveja en hilados y luego en prendas de diseños típicos de la región. Visitantes pueden llegar por allí para conocer la labor, en la misma voz de sus hacedoras, quienes rescatan saberes ancestrales.

Fuerte Quemado y Las Mojarras

La Ruta 40 supo ser, en los tiempos de la colonia, el Camino Real incaico (“Qhapaq Ñan”), una traza imprescindible que vio pasar el ir y venir de caravanas de carretas, camino a Perú y Chile, para darle dinamismo a la ganadería, la agricultura y el comercio. Hacia el norte de Santa María, sobre la misma Ruta, Fuerte Quemado posee en las ruinas de una antigua ciudadela diaguita, un sitio arqueológico en el que perviven los vestigios de aquel pasado que puja por no quedar en el olvido. Completa el cuadro la “intiwatana”, una ventana de piedra construida por los pueblos originarios en la cima de un cerro, por la que cada primer sol de invierno se cuela majestuosamente.

También es muy visitada una iglesia que data del siglo XVIII, con su santería antigua; el cerro El Calvario, desde donde se admira la majestuosidad del Valle de Santa María; y el museo folklórico de Don Eusebio Mamaní, que fabrica cajas para entonar coplas y bagualas, y que representa un pintoresco acercamiento a uno de los instrumentos representativos de la música del noroeste argentino.

El pueblo no cuenta con oferta hotelera, pero se viene trabajando en la recuperación de las fachadas coloniales de las viviendas y en el armado de un parador turístico. En la actualidad, mismos pobladores abren sus puertas para los viajeros que desean pasar la noche en su recorrido por los Valles Calchaquíes y comparten no sólo sus vivencias y los detalles de su cotidianeidad, sino también sus artesanías y elaboraciones gastronómicas típicas.

Camino a Fuerte Quemado, se encuentra Las Mojarras, con un millar de habitantes: pegadito a Santa María, hacia el norte y siempre trepando la Ruta 40, que en estos pueblos se escurre por entre las casitas, como una pincelada, cual si fuera un senderito más.

En Las Mojarras es muy solicitada la visita a un criadero de llamas, que permite además hacer una excursión de trekking con este animal característico de la región. Los amantes del senderismo también tienen la oportunidad de arribar al pucará ubicado en el Cerro Pintado, que data del tiempo de los diaguitas.

En materia gastronómica, como en el resto de los pueblos de la región, las masas regionales y el pan casero son recurrentes y se destaca la bodega de vino de altura de la familia Amado, de calidad superior.

En lo que a alojamientos refiere, este pequeño poblado viene trabajando para ampliar la oferta. Actualmente, hay cabañas y un camping tipo rural con piscina y dos hectáreas de monte nativo, que permite alojarse en un hostel o aprovechar el espacio para acampar o estacionar motorhomes.

Renovar el aire

Al sur de Santa María, siempre sobre la Ruta 40, Loro Huasi cuenta con un complejo de cabañas y con emprendimientos de gastronomía regional, cuya producción se elabora “a la vista”, con el amasado y el horneado expuesto a los visitantes y con degustación. Más al sur, camino a San José, se encuentra la bodega de Prelatura, el vino que los monjes agustinos producen en los Valles Calchaquíes.

San José es un pintoresco pueblo, rico en nogales, desde cuya plaza principal se puede visitar el templo antiguo de la iglesia y una figura de oro de San Roque, que se cree que es milagrosa para la salud. Precisamente, cada 16 de agosto, cerca de veinte mil peregrinos arriban de todo el país y también de naciones limítrofes para venerar su figura.

Desde San José se puede acceder en caminatas a sitios arqueológicos como la Loma Rica de Jujuil, la Loma Rica de Shiquimil y la zona de Andalhuala, ubicados en las quebradas de la región, que dan cuenta del llamado período agroalfarero tardío de los pueblos originarios que supieron habitarle.

Este oasis agrícola posee cabañas y hosterías, pegadas a una serranía que irradia una paleta de colores interminable. Asimismo, un hospedaje municipal sobre la Ruta 40 y dos casas preparadas para recibir al turismo, completan las plazas de alojamiento local.

De norte a sur, la Ruta 40 representa para los Valles Calchaquíes y en particular para los pueblos catamarqueños que atraviesa, un elemento identitario insoslayable. Así se marca el camino a diario y así lo presentan los nativos a los visitantes.

La consigna para el que arriba a la región podría ser: estacionar el ritmo vertiginoso de las ciudades para entregarse con entusiasmo a la paz y tranquilidad total de esta región, cuyo atractivo silencioso y mágico es sin dudas lo natural y su gente. Valorar la importancia de hablar con los lugareños, escuchar sus historias, atravesadas por siglos de transmisión oral, hallar los secretos que se esconden en una finca donde se siembra la quinoa o el maíz, en la fabricación del arrope, en la tarea artesanal de los minifundios. Abrir los sentidos para que los paisajes, los aromas y la cultura viva de estos pueblos, nutran cada centímetro vital y devuelvan a cada quien con renovado aire para olvidar la rutina.

Para mayor información: E-mail 

Secretaría de Turismo de Santa María de Yokavil

Créditos fotos: Secretaría de Turismo de Santa María de Yokavil

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