Tucumán invita a descubrir sus rincones secretos

La riquísima geografía tucumana invita a recorrer, en muy poco tiempo, lugares mágicos a poca distancia de la capital provincial. Viajando por las rutas que surcan la provincia, en cortos trayectos se accede a paraísos escondidos que invitan a dejarse conquistar por la imponencia de su flora y sus montañas.

Pequeños poblados con paisajes maravillosos y actividades turísticas y deportivas, son el complemento ideal luego de recorrer la ciudad de San Miguel de Tucumán.

Decenas de rincones mágicos aguardan ser descubiertos por los visitantes que llegan a la provincia de Tucumán. Un fin de semana largo puede vivirse a pleno, con la posibilidad de conocer gran parte de su territorio luego de vivir los colores, sabores y sonidos de San Miguel de Tucumán y sus bellos alrededores, como Yerba Buena o San Javier.

Los que conocen Tucumán, seguramente sintieron la magnificencia de sus atractivos más conocidos como los Valles Calchaquíes que alojan esa maravilla que la Ciudad Sagrada de Quilmes, la placidez de los paisajes clásicos del Tafí y su dique La Angostura; el enorme macizo de Aconquija y su parque nacional. Pero allí, en el oeste o en el sur provincial, existen pequeños pueblos escondidos que maravillan tanto o más que los sitios más populares.

La experiencia turística en este caso es otra. Consiste en sumergirse no sólo en los paisajes sino en la vivencia de la gente que los habitan, conocer sus costumbres y compartir sus tareas cotidianas. Vivir, en una palabra. Vivir la experiencia Tucumán.

Encanto Calchaquí

A 202 kilómetros de la Capital se encuentra El Pichao, un caserío escondido que conserva aún los vestigios de la cultura Condor Huasi y que ofrece a los visitantes deliciosos productos regionales. Caminatas y visitas de sitios arqueológicos son los atractivos de esta bella comarca situada a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar. Desde San Miguel de Tucumán debe recorrerse la RN 38 hacia el sur, y en Acheral tomar la RP 307 hacia el noroeste, dejando en el camino las reconocidas villas veraniegas de El Mollar, Tafí del Valle o Amaicha del Valle. Luego se empalma la RN 40, donde se encuentra el ingreso a La Ciudad Sagrada de Quilmes para llegar unos kilómetros antes de Colalao del Valle y adentrarse por un breve camino de ripio hasta El Pichao.

Casi detenido en el tiempo, en el pueblo habitan unas cuantas familias que producen su propio sustento en base a la cría de ganado ovino y caprino, y al cultivo de frutos con los que elaboran, en forma casera, sus dulces, cuya calidad y singularidad dieron origen a la Fiesta Provincial de los Dulces Artesanales.

Para alojarse, los propios habitantes del lugar ponen a disposición de los turistas sus casas y sus servicios personales para disfrutar del entorno natural y patrimonial, con guías para visitar los sitios arqueológicos y realizar caminatas por sus senderos. Si el visitante quiere, puede tener una experiencia más vivencial en este pequeño pueblo, ya que los lugareños le enseñarán sus tareas diarias y sus costumbres sociales. Los procesos agrícolas para obtener sus frutos, la elaboración de sus dulces o la cría de sus animales, son experiencias imperdibles para completar una visita inolvidable a El Pichao.

Cerca de allí, unos kilómetros antes por RN 40, se ingresa a Talapazo, otro poblado casi familiar cuyos habitantes cultivan frutos como durazno, cayote, nueces, peras, algarrobo y hierbas medicinales que crecen en forma natural. Crían cabras y ovejas, ofreciendo una experiencia de turismo rural de inmersión para que los visitantes compartan las tareas que realizan allí para su sustento. Estas actividades se realizan con reservas previas y a un precio muy accesible para los turistas que eligen esta opción original. Por menos de mil pesos por persona se ofrece alojamiento y desayuno en el lugar, y por quinientos pesos más se puede sumar un almuerzo de comidas típicas de la zona, preparadas por los propios habitantes que siguen las recetas de sus antepasados como por ejemplo el frangollo, un tipo de guisado similar al locro.

Sandro Llampla, guía del lugar, comenta que entre los atractivos para quienes quieren aventurarse hacia la inmensidad del entorno calchaquí se encuentran el circuito de la cascada, el Sendero Antiguas Minas y el sendero de la Loma. Además el sitio arqueológico que se halla en el acceso al pueblo. Estos se pueden recorrer en caminatas guiadas que se realizan todos los días por la mañana, con el incentivo adicional de maravillosas panorámicas vistas de la zona.

Para los pobladores del lugar, herederos muchos ellos de la dinastía de los bravos Quilmes que dominaron la región durante siglos, introducir al turismo como forma de vida significó un cambio muy drástico en sus costumbres. Recelosos quizás por los años a los que fueron sometidos al saqueo de su patrimonio y su tradición, se fueron amoldando de a poco en esto de recibir visitantes que sólo buscan maravillarse con la imponencia del paisaje y las bondades de su tierra.

El tesoro arqueológico más preciado de Talapazo se ubica a sólo 200 metros de la RN 40. Sobre el camino que conduce al pueblo, se conservan aún restos de ese asentamiento originario que marcó a fuego la historia precolombina. Vasijas, morteros y otros utensilios de esta cultura pueden observarse en el lugar, dominado por los restos de las construcciones de pircas que demarcaban las viviendas y los límites de sus terrenos.

Sus pobladores relatan con orgullo esta historia de lucha, invasiones, sacrificio, coraje. Desde el año 800 antes de Cristo, y probablemente desde mucho antes, son los guardianes de esta tierra, que en la aridez y la puna de su entorno, fue escenario del avance inexorable de quienes en nombre del progreso y la civilización impusieron la ley y el orden.

Como último encanto de Talapazo, los miradores hacia los Valles Calchaquíes son otro atractivo imperdible, desde donde se puede tomar dimensión del sobrecogedor espectáculo de la naturaleza.

Villa Nougués, encanto europeo a minutos de la ciudad

Quien llega a Tucumán, no puede dejar de conocer este sitio único, con un paisaje exuberante y una arquitectura sorprendente. El verde de su flora contrasta con el gris de las piedras de varias de sus exquisitas construcciones, reminiscencia de campiñas europeas alpinas en el corazón de nuestro país.

Es una de las primeras villas veraniegas de la provincia, establecida a fines del siglo XIX con el impulso del ingeniero azucarero Luis Nougués, próspero empresario agroindustrial que llegó luego a convertirse en gobernador de Tucumán. Siguiendo la cima del cerro San Javier hacia el sur, a unos 32 kilómetros de San Miguel (San Miguel de Tucumán), se accede a este sitio mágico en auto, en bicicleta, a pie, a caballo, deslumbrándose a cada paso con la maravillosa vegetación y las imponentes vistas de la ciudad que allí se realizan.

Señorial y célebre por la bondad de su clima templado y húmedo, alojó esta villa las casas de descanso de las familias más ilustres y acaudaladas de Tucumán. A los Nougués les siguieron los Rougés, los Terán; y por los salones de sus mansiones se pasearon figuras de talla mundial como el expresidente norteamericano Theodore Roosevelt o el príncipe Humberto de Saboya, luego convertido en Rey Humberto II de Italia.

Si bien los monjes jesuitas ya habitaban desde un par de siglos antes en esta comarca, el fundador de Villa Nougués quiso replicar allí la arquitectura de su pueblo natal, en el sur de Francia y al pie de los Pirineos. Estas bellas construcciones le dan un color único al lugar y tiene como hito más visitado a la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, de estilo neogótico y construida en 1918, bajo la advocación de la Virgen de Lourdes.

Por los caminos del sur

Villa de Medinas tiene una historia única, rica y señorial. Este pueblo situado a 90 kilómetros de San Miguel, cercano a Aguilares y Concepción, es el testimonio vivo del paso invasor de los conquistadores españoles, de la rebelión de los pueblos originarios, de la colonia, de los años de revolución nacional y del progresismo de principios del siglo XX.

A fines del siglo XVI, cuando los primeros adelantados españoles comenzaban a someter a la población local y a dividirse las tierras y las almas de quienes en ellas habitaban, llegó a esta zona del sur tucumano la familia del teniente gobernador Don Gaspar de Medina. La fertilidad de estos campos y la fortaleza de los habitantes del lugar fue el premio que la Corona le concedía a modo de merced, por haber colaborado en el establecimiento del poder en Tucumán de los europeos.

Entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XX, Medinas vivió su apogeo, y hasta llegó a competir con Monteros como la segunda población más importante de Tucumán. Sus edificaciones muestran aún los beneficios del progreso a lo largo de la historia, lo que originó que fuera declarada por Presidencia en 1999 como “Pueblo histórico nacional”.

Todavía se conservan, para asombro de quienes la visitan, algunos de los edificios que albergaron a instituciones sociales que se establecieron allí, antes incluso que en capitales de otras provincias. En 1844 tuvo su Comisaría y en 1855, su primera escuela pública, apenas unos meses después de que San Miguel de Tucumán inaugurara la propia. La oficina de Correos y Telégrafos, el Hospital Público, el Juzgado de Paz, se alzaron también en la segunda mitad del siglo XIX.

Es que por Medinas fluyó durante siglos todo el comercio y la fuerza productiva de Tucumán y sus provincias vecinas. El paso del Ferrocarril Provincial Noroeste, a mediados del 1800, le puso venas y corazón a ese enorme torrente de mercancías, especias, animales y frutas que regó de progreso al Jardín de la República. Curiosamente, otro tren marcaría la debacle de ese progreso. A fines de ese siglo, cuentan los que quieren recordarlo, un finquero del lugar se negó a ceder un espacio para que pasaran los rieles del Ferrocarril Central Córdoba, que se convertiría en el nuevo cauce para sacar las bondades de esta tierra hacia el país y el mundo. Los pitidos de ese tren fueron la triste despedida de cientos de años de prosperidad para Medinas.

En la vieja iglesia de Medinas, restaurada entre 1833 y 1844, se venera cada 24 de septiembre la imagen de la Virgen de la Merced, una bella figura tallada en una sola pieza de madera cuyo origen se remonta al siglo XVII, llevada al lugar por los familiares de Don Gaspar de Medina.

Villa Batiruana

La última escala de nuestro recorrido es Villa Batiruana, en el departamento sureño de La Cocha y a 126 kilómetros de la Capital. Su historia, aunque mucho más corta en el tiempo, también tiene el sino de la desolación y la ruina, aunque con un final feliz.

Nació a mediados del siglo pasado, como campamento para los trabajadores que construyeron el Dique Escaba, su complejo hidroeléctrico. Unas cuantas edificaciones que albergaron el descanso de un centenar de hombres y que a mediados de los ’90 dijeron adiós. Fue durante años, un pueblo fantasma enclavado en plena quebrada cobijada por la Yunga y bañada por el río Marapa, cuyo viboreante curso une las aguas de Dique Escaba y de Río Hondo, en Santiago del Estero.

Desde hace unos años, la maravilla del paisaje de este recóndito lugar volvió a hacer su llamado. Gracias a un proyecto de recuperación, los ojos de muchos se posaron nuevamente sobre Batiruana y se establecieron allí emprendimientos turísticos, donde se puede descansar plácidamente al arrullo del río y de la selva; disfrutar de la gastronomía tucumana y comprar artesanías y productos regionales.

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